sábado, 6 de diciembre de 2014

LAICO CATÓLICO

Moisés MOLINA

¿Cómo olvidar “El callejón de los Milagros”? ¿Quién no recuerda la Ley de Herodes? ¿Quién no vio “El crimen del padre Amaro”? Esta última, la película más taquillera en las historia del cine mexicano. ¿Por qué, entonces, casi nadie de quien las vio sabe quién fue Vicente Leñero? Si ubican el nombre, seguramente es, para no variar, porque acaba de morir y muchos no terminan de explicarse por qué fue noticia nacional. Las 18 películas, cuyos guiones escribió, son probablemente, la parte más modesta de su legado.

Leñero escribió el guión de las dos primeras y adaptó para el cine, respecto de la segunda, la novela original de José María Esa de Queiroz escrita en 1900.

Es natural. Novelista, guionista, periodista, dramaturgo y por si algo faltara, ingeniero civil de profesión, Vicente Leñero era una especie de eslabón perdido; como todos los genios, lleno de aparentes contradicciones y contrastes. Intentaron atraparlo en un falso dilema. Para los periodistas era un escritor y para los escritores era un periodista. Aunque quizás el dilema no era tan falso y lo resolvió él mismo cuando en entrevista para Letras Libres confesó: “No soy un escritor, aunque he escrito muchas cosas, la mitad debí no haberlas escrito”.

A la par que estudiaba Ingeniería civil, se inscribía en la Carlos Septién a estudiar periodismo.

Si Justo Sierra fue un liberal conservador, Leñero fue un Laico católico. Fue Lasallista, su círculo cercano de amigos entre quienes se encontraban Gabriel Zaid y Javier Sicilia eran también católicos, aunque en modo diferente. ¿Cuál era el contraste? ¿Cuál fue la razón de fondo de su distanciamiento con Zaid? Creo que se puede resumir en sus propias palabras; en “El evangelio de Lucas Gavilán escribió: “Lo único que puedo decirle y hasta jurarle es que hay ateos más cristianos que los cristianos, y cristianos más ateos que los ateos”.

“También los laicos somos iglesia católica y tenemos el derecho de señalar y denunciar, hasta despotricar, lo que ocurre en nuestra realidad religiosa”, le confió a Silvia Cherem en entrevista.

En lo personal, confieso que tengo una especial empatía con los hombres de letras que escriben de futbol y Leñero nos regaló “Así juegan”, no obstante su deporte favorito era el beisbol.

Leñero fue uno de los Fundadores de Proceso. Terminado el sexenio de Luis Echeverría, la nueva revista que reagrupaba a los expulsados de Excélsior pudo haber tenido otro nombre. Leñero quería que le llamaran “Expresión”, pero prevaleció “Proceso”, que había sugerido Enrique Maza.

A pesar de sus contrastes y –como expuso hace unos días Luis de Tavira a la audiencia de Carmen Aristegui- de su pasión por la verdad, Leñero fue de esa extraña especie del hombre de letras que no le tiene fobia a los políticos. Sus razones, nadie las podría resumir con tanta maestría como él mismo: “…a mí tampoco me gusta mucho acercarme a los políticos... a los poderosos... pero entonces, ¿cómo vamos a conocerlos? Hay que verlos de frente, respirarlos, descifrarlos, y después escribir de ellos para los lectores”, explicaba a Martín Moreno mientras desayunaban FIL de 2006 en su natal Guadalajara.

Leñero se une a esa cauda de inmortales escritores de páginas sin tiempo y sin edad, de héroes culturales, de justicieros a pluma armada.

Bellas Artes no podía ser mejor escenario para despedirlo. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Ahí estaba Leñero, de vuelta al polvo. En la estrechez de su urna cupo la inmensidad de su herencia cultural.

Descanse en Paz Vicente Leñero.

Twitter @MoisesMolina

lunes, 1 de diciembre de 2014

HASTA SIEMPRE

LA X EN LA FRENTE

Moisés MOLINA

México ha perdido a un héroe cultural, un emblema, un embajador del ingenio. Y es que si en una de sus acepciones, la cultura tiene que ver con el cultivo del espíritu humano y de las facultades intelectuales del hombre, a Roberto Gómez Bolaños no se le puede negar, bajo ninguna condición ese título.

No por nada Agustín Delgado le impuso el mote de “Chespirito”. Por su genio y talento le consideraba un pequeño dramaturgo, un Shakespeare mexicano. México perdió al único super héroe latinoamericano con el “chapulín colorado”. ¿Por qué chapulín? Muy probablemente porque la madre de Chespirito era oaxaqueña, de Tlaxiaco.

“Se me chispoteó”, “fue sin querer queriendo”, “la gente sigue diciendo que tú y yo estamos locos, Lucas”, “tómalo por el lado amable”, “síganme los buenos”, “¿insinúa usted que soy viejo?”, son algunas de las frases que muchos latinoamericanos conservamos en la mente como una especie de legado, de herencia. A través de esas “bullets”, Chespirito inaugura, en algún sentido, la mercadotecnia moderna.

La revolución se institucionalizaba con Plutarco Elías Calles y Roberto Gómez Bolaños estaba naciendo en 1929. Acompañó la mayor parte del siglo XX y buena parte del XXI. Sus personajes siguen arrancando risas dentro y fuera de México. A Gómez Bolaños se le venera en otras partes del mundo .

El mismo Maradona llegó a decir que después de una derrota lo único que lo reanimaba era ver a Chespirito.

Hay para quienes las de Gómez Bolaños eran idioteces. El genio no tiene por qué ser violento, ni lascivo. Entre el cine de ficheras, la comedia de albures y el doble sentido, Chespirito fue el genio del humor blanco, humor con mensaje. Valores eran los que inspiraban sus personajes: honestidad, generosidad, amor, justicia, solidaridad. Qué bonita vecindad.

¿No es extraordinaria, genial la alegoría de un niño que vive en un barril y cuyo más grande sueño es siempre una torta de jamón? ¿O la del super héroe paladín de la justicia con antenitas de vinil, pastillas de chiquitolina y un chipote chillón? No hay armas ni sangre, no hay altisonancias ni doble sentido.

A Chespirito, en un principio aficionado al Guadalajara y después totalmente americanista, le gozamos en la infancia y le seguimos disfrutando a la distancia. El suyo es un humor sin tiempo y sin edad. En estos momentos de violencia y tragedias nacionales, debíamos tenerle más presente, hasta por salud mental.

Un homenaje nacional en el estadio Azteca, con una flor en la mano de todos los asistentes, no es para menos. Roberto Gómez Bolaños es parte, nos guste o no, de la cultura y de la historia de México. Es, como se escribe en el diario “La Razón”, “ícono de la cultura de masas en América Latina”.

Con su ausencia física regresa nuestra infancia, grita ese niño que todos llevamos dentro; nuestros sentimientos se encuentran y encuentran síntesis en la gratitud que debe sentirse ante toda manifestación del genio.

Lo he repetido muchas ocasiones; qué más da una más: “los hombres no mueren mientras viven en las mentes de otros hombres” y si pasado el tiempo le llegamos a extrañar algunos, a olvidar otros, habrá sido sin querer queriendo.

Hasta siempre Roberto Gómez Bolaños.

Twitter: @MoisesMolina